miércoles, 31 de marzo de 2010

ZAMARRILLA



ROSA DE DOS BARRIOS
A LA VIRGEN DE LA AMARGURA
(ZAMARRILLA)

¿Quién no ha visto a “Zamarrilla”
la noche del Jueves Santo,
y a su Hijo crucificado,
el Cristo de los Milagros?

¿Quién no ha visto de pasar
la Amargura, bajo palio,
con esa rosa prendida
en su pecho inmaculado?.

Rosa que se volvió roja
porque el Hijo hizo el milagro.
Madre de la Zamarrilla,
¡ampáranos bajo el manto!

Que por tu gracia divina,
eres rosa de dos barrios:
Rosa de los percheleros,
¡Rosa de los trinitarios!

© Carmen Aguirre

martes, 30 de marzo de 2010

LA SAETA

Al filo de la primavera, sobre esa fecha, conmemoramos la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, que desemboca en su Gloriosa Resurrección. ¡Nada tendría sentido sin ésta!
Semana de Pasión y de Saetas. La Saeta es, ante todo, la nota más apasionada y sentida de la Semana Santa, porque en las venas se siente y en las venas se lleva esta oración hecha cante. La saeta es la expresión de una liturgia popular, sentimiento derretido que quema las entrañas , grito de amor y agonía con el que el pueblo andaluz canta a sus Sagradas Imágenes, para contarles sus cuitas, para aliviarles sus penas, para ensalzar la belleza de María Santísima que, aunque transida de dolor por el martirio del Hijo, va guapa como Ella sola, como llena de gracia que es, y bendita entre todas las mujeres.

Del barrio de la Victoria,
rodeada de claveles,
derramando pura gloria
viene una rosa de nieve.

Madrecita del Rocío,
¡la de la blanca mantilla!
No he visto Virgen más guapa:
¡Novia de la tierra mía!


La Saeta tiene, como todo , unos antecedentes históricos: como canción popular es muy antigua, se le llamaba “cantar la Pasión”, y su primitiva forma era una entonación recitativa de la Pasión de Jesucristo, que el pueblo no siempre cantaba entera, sino que la fraccionaba convirtiendo un larguísimo romance en varios cantos basados en estrofas generalmente octosílabas . Eso proviene de que la himnodia cristiana, gracias a San Ambrosio de Milán, fue adaptando la salmodia hebrea para enriquecer así, la liturgia cristiana, y el pueblo de España enriquecido por la fe que ya tenía lo incorporó a sus rezos, esos rezos salmodiados que, poco a poco, fueron calando en la costumbre y en la devoción de los cristianos, durante varios siglos.
Así llegó esta costumbre al siglo XIX, en que ya el concepto estético flamenco trastorna las canciones anteriormente existentes, y termina por crear un canto nuevo, que continúa practicándose en la Semana Santa, preferentemente dedicado a las imágenes representativas de la Pasión de Jesucristo, que la fe del pueblo cristiano sacaba en procesión.

Durante un tiempo convivieron en la práctica popular las Saetas Antiguas, también llamada “Llana” o de “Pasión”, cuyas variedades más conocidas son las que se cantan o se cantaron… en Marchena, Utrera, Arcos de la Frontera, Casarabonela, Álora ect.
Una de las más antiguas de Álora, dice así:

En la calle e’ la Amargura
Cristo a su madre encontró.
No se pudieron hablar
de sentimiento y dolor.

Mirarlo por donde viene
el mejor de los nacíos,
con la Cruz sobre los hombros
y el rostro descolorío.

Ya lo llevan, ya lo traen,
ya lo coronan de espinas,
y la sangre le chorrea
por su carita divina.

Otras de las variedades, fueron las “Cuarteleras” de Puente Genil; estas saetas se suelen cantar en los lugares de reunión de cada Hermandad, que allí le llaman “cuarteles”, con la particularidad de que son interpretadas por dos voces alternativamente, y la música de la saeta recibe un sello especial. He aquí una letra:

Mañana parte el Maestro
no quiere que hagamos ná,
que lo tiene decidío
por bien de la humaniá.

En el patio de Caifás
cantó el gallo y dijo Pedro;
yo no conozco a este hombre
ni tampoco es mi maestro.

Poco a poco, la Saeta Flamenca fue imponiéndose a la Saeta Llana, ya que tiene más riqueza melódica y proporciona más lucimiento al cantaor. La Saeta Flamenca encontró su cauce perfecto en la seguiriya y, ya en el siglo XX, encuentra buenos cantaores que la desarrollan y la fijan como una variedad más, dentro de estos cantes. Destacan: la Niña los Peines, Vallejo, la Niña la Alfalfa, Manuel Centeno, el Niño Gloria y Joaquín Vargas Soto, el “Cojo de Málaga”, que sentía una profunda devoción por el Cristo de los Gitanos, –de cuya Cofradía fue hermano mayor– al que acompañaba siempre como mayordomo; en cada parada que hacía el trono, se plantaba delante del “Moreno” y agarrado a su muleta, dejaba que se le saliese el alma a borbotones para aliviar con su cante al Rey de los “calós”, a su Cristo amarrado a la columna, con la espalda lacerada de tantos latigazos. Él quería que cada saeta suya, fuera un bálsamo que restañara las heridas de su Dios, de su divino “Manuel”, al que tanto amaba.

A azotes lo han sentenciao
siendo el mismo hijo de Dios.
Pare mío de los Gitanos,
que no quiero verte yo
a una columna amarrao.

Le corren ríos de sangre
por su espalda escarnecía,
y no sé cómo aliviarle
el dolor de sus herías.

La fuerza del Flamenco crea otros tipos de Saetas que, si bien no alcanza la perfección de la seguiriya, también consiguen carta de naturaleza flamenca; me refiero a la Saeta por Carceleras, (que la magnífica cantaora malagueña: Lolita Parra, perfeccionó); y a la Saeta por Martinetes. Precisamente, la unión de la seguiriya con el martinete dio origen, por los años cuarenta, a la Saeta Malagueña. A la nuestra, a la más difícil y bella de todas, a la que roza el límite de la perfección. Al principio se cantaba entre dos saeteros, pero hubo cantaores que completaron la unión de las dos saetas en un solo cantaor, lo que supuso un alarde de facultades que provocó la admiración y el entusiasmo de los aficionados. Los protagonistas de esta novedad fueron en Málaga: Ramón de Aguadulce, Antonio Moreno, Pedro del Puerto, Pepe de la Isla y Pablo de Écija.
Una vez consolidada esta costumbre, destacaron muy buenos saeteros malagueños, como María Navarro o María la Faraona. ¿Quién no se acuerda de María la Faraona?, de la cadencia de su saeta, de su seguridad en los tonos, de su pureza de estilo y, sobre todo, de su emoción. Cómo se agitaba su pequeño cuerpo, y sus brazos y sus manos. Cómo su rostro se transformaba de emoción. Cómo le afloraba el sentimiento de la fe, al ver a su Cristo de la Misericordia y a su Jesús Cautivo. ¡Cautivo de amor, Cautivo de Málaga y de todos los malagueños!.

¿Por qué lo llevan cautivo
siendo el más bueno en la tierra?
Delito no ha cometío,
¡desamarradle las cuerdas
al mejor de los nacíos!

Al Cautivo malagueño,
del barrio la Triniá,
se le ha quedao mi saeta
en su túnica enredá.

¿Y qué decir del maestro Antonio de Canillas? Inigualable en su estilo, que perfeccionó nuestra Saeta dándole su impronta y ese toque personal que le sale de las entretelas del corazón. Por suerte, todavía, seguimos escuchándolo cada Semana Santa a pie de trono o desde un balcón, en la salida y los encierros de tantas cofradías malagueñas, con la devoción a flor de piel, cantándole a sus Vírgenes y Cristos.

Mare mía de Zamarrilla,
la que amparó al bandolero,
por tu gracia tan divina,
que nos acojas te ruego
en tu manto cada día.

Mi Virgen de la Amargura,
Tú eres rosa de dos barrios:
Rosa de los percheleros,
Rosa de los Trinitarios.

Quién pudiera Padre mío
librarte de tu agonía,
para quitarle las penas
a nuestra madre María:
de su cara de azucena.

Divino Cristo moreno,
¡ay, Jesús de la Agonía!,
porque pasara tu cáliz
yo no sé lo que daría.

La Semana Santa ya está a la vuelta de la esquina, y la Pasión seguirá su cauce, sucediéndose los misterios de la misma. Las saetas cortarán el aire, hasta perderse en el azahar o en la luminaria de un lucero. Se abrirán nuestros sentidos y seguiremos embriagándonos de emoción y belleza, de luz y cera, del aroma de las flores y del incienso, de los sonidos de las Marchas, de las cornetas y tambores, del color y el tacto de las túnicas de los nazarenos, de la grandiosidad de los tronos y de la majestad de nuestros Cristos y Vírgenes.
Pero, sobre todo, se nos quedará clavado en el alma, ese dardo de amor infinito, ese cante que va de dentro afuera, y emprende el vuelo desde las fibras del corazón, ese ¡ay!, salido de la profundidad del sentimiento, esa llamarada de fe que es la Saeta.

CARMEN AGUIRRE